miércoles, 18 de marzo de 2009

LOS VERICUETOS DEL PODER

Con la asunción a la presidencia de la República de Fernando Lugo se cerró un ciclo de 60 años del partido colorado en el gobierno -cuarenta años de dictadura y 20 años de libertades públicas-. El nuevo gobierno se había embanderado con la promesa de un cambio substancial en el manejo de la cosa pública. Ese discurso había generado una expectativa social tan inmensamente grande que sólo es comparable a la forma en la que se espera un acontecer milagroso. La atmósfera cuasi religiosa de la expectativa estaba acompañada por el hecho de que el candidato era un obispo, y el éxito electoral del mismo tenía una relación subterránea con la religiosidad popular.

Pero en política no existen milagros, sino acciones tendientes a ocupar espacios. Hace siete meses que está instalado el nuevo gobierno y la sociedad percibe que se ha hecho muy poco por desmontar el aparato, las costumbres y las pompas del régimen anterior. Sus defensores arguyen que siete meses es poco para desmontar un estado de cosas que tuvo vigencia por tantas décadas. Eso es cierto, sin embargo, las señales son muy importantes en estos casos, a través de acciones que demuestren que el proceso de cambio se ha iniciado. Muchos de los sectores que habían acompañado al presidente Lugo, hoy comienzan a manifestar su descontento y demandan al gobierno el cumplimiento de las promesas electorales. Pareciera que el gobierno se sintiera atrapado por la cantidad de problemas que solucionar y sufriera una artrosis paralizante que inmoviliza sus acciones. Para mayor desgracia para el gobierno, la crisis financiera internacional se le cayó encima como un derrumbe del cielo, aunque toda crisis, bien comprendida y manejada con creatividad, pudiera ser una oportunidad para la realización y el éxito del cambio.

Los bemoles

Aparentemente la mayor debilidad del gobierno es la falta de visibilidad de un horizonte que permita identificar cómo va a encarar la problemática del poder, desde la perspectiva de una “solucionática procesal” de los fenómenos. Nos referimos a la imperiosa necesidad de hacer palpable un sistema de prioridades gubernamentales, concatenadas para lograr un fin. La ausencia de un modelo de país en un proceso de cambio puede ser catastrófica. El presidente Lugo, desde el día siguiente de triunfo electoral, sabiendo que ganó la presidencia pero que no tenía mayoría parlamentaria, (de hecho, ningún partido la tiene), debería de haber comenzado a negociar con los demás partidos políticos, para gestar una “concertación patriótica para el cambio”. Era el momento propicio para ello. Los partidos políticos de la oposición estaban anonadados por el triunfo de Lugo. El 17 de agosto, dos días después de haber asumido, debería haber despedido a los miles de planilleros (personas que figuran en la planilla de sueldos y sólo aparecen a firmar para cobrar sin trabajar). En ese sentido, sólo el Ministerio de Educación hizo la labor de despido de 4000 planilleros, a pocos días del nuevo gobierno y no tuvo ninguna movilización sindical por ese hecho. Hoy, después de más de medio año de ejercicio del poder, el gobierno intenta despedir a 10 mil planilleros de la binacional de Yacyretá, que por décadas cobraron sin trabajar y ya no lo puede hacer, porque los mismos han marcado tarjeta desde el día siguiente de la caída del partido colorado y hoy, pasados los tres meses, ya tienen inamovilidad.

Estamos a los siete meses del gobierno del cambio y no se han tomado las medidas tendientes a un cambio radical. Todo está como la primera mañana del poder. Ante tal inacción, la oposición fue recuperándose y avanzando hacia objetivos precisos. Uno, la Corte Suprema de Justicia, que Fernando Lugo hizo el punto crucial del cambio, quedó en “fojas cero” con las autoconfirmaciones de los ministros, y ya no existe posibilidad de cambio a no ser que se logre un acuerdo político para el juicio a los ministros de la Corte. Dos, la división del partido liberal, miembro de la alianza que sostiene a Lugo, es parte de la estrategia opositora para la conquista de la mayoría legislativa y tres, conquistados estos dos poderes del estado, es muy fácil conquistar el poder ejecutivo, a través de un juicio político al presidente.

El gobierno tiene que detener este proceso de su desgaste, a través de una amplia concertación de gobernabilidad. De lo contrario, el cambio sólo será palpable en sueños, y el país pagará muy caro una esperanza marchita, que murió sin florecer.
Emitido en el Noticiero Central del Canal Red Guaraní, 13-III-2009